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Por qué el Estado
En los últimos años se ha propagado una ideología simplista que ya fuera abrazada por algunos líderes políticos de los años ochenta en adelante.
Esta es la idea de que el Estado todo lo empeora y todo lo dificulta. Esta es una posición cuyo auge actual coincide con el de las redes sociales y su tendencia por las explicaciones cortísimas a problemas complejos.
Es curioso que quienes así piensan se consideren a sí mismos “liberales clásicos”, toda vez que dos de los textos fundacionales del liberalismo reivindican la función del Estado como ente nivelador, y lo hacen sin olvidar los peligros que éste representa. El primero, “Leviatán” del pensador proto-liberal Thomas Hobbes, el otro es “Segundo tratado del gobierno civil” de John Locke, uno de los indiscutibles padres fundadores del liberalismo.
Estos autores coincidieron en que la vida de las personas en “estado de naturaleza”, es decir, en ausencia de una sociedad organizada con una autoridad central, era absolutamente libre en principio, pero que esta libertad era insegura porque estaba sujeta a los excesos y abusos de los demás. Por eso Hobbes consideró que en ese contexto la vida del hombre era “solitaria, tosca, pobre, embrutecida y breve” (Capítulo XIII) y para Locke la inseguridad de esas condiciones lleva a las personas a buscar refugio en una sociedad organizada (Capítulo IX).
Es decir que, a pesar de las diferencias entre ambos (Hobbes tenía venas autoritarias de las que careció Locke), concuerdan en que el Estado es necesario para conjugar la libertad y la seguridad.
La experiencia nos demuestra lo mismo. La complejidad de las sociedades actuales obliga a un régimen de reglas claras, árbitros neutrales y mecanismos centralizados de ejecución de sus decisiones. Pero, los servicios sociales son necesarios para evitar que la pobreza material lleve a la pérdida de personas vulnerables. No creo que querríamos repetir, por ejemplo, los índices de mortalidad infantil que marcaron los años gloriosos del laissez faire y el Estado reducido únicamente a defender la propiedad.
No quiere decir esto que todo Estado es bueno. Los ha habido -y los hay- monstruosos. Pero nuestro concepto de libertad sólo es posible con un Estado que brinde seguridad institucional y además seguridad material mínima. Sin ambas cosas seríamos esclavos y no hemos encontrado mejor forma de proveerlas.
